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JESÚS ¿QUÉ ME PEDÍS HOY?

MISIÓN DE LAS MONJAS DE LA ORDEN DE PREDICADORES

Nuestra misión como monjas contemplativas, misión que se continúa a través de los siglos desde aquellas primeras hermanas instruidas por santo Domingo, consiste en buscar a Dios en el silencio, pensar en Él e invocarlo, de tal manera que el mensaje de la salvación que nuestros hermanos los frailes predican también con la palabra, se extienda por todo el mundo y dé frutos abundantes en aquellos a quienes ha sido enviada. Nosotras, con nuestras fervientes plegarias, con nuestras vidas orantes, hablamos a Dios de los hombres nuestros hermanos, elevamos el clamor de tantos millones de personas que no saben o no pueden orar; y nuestras oraciones tienen una fuerza propiciatoria y reparadora capaz de atraer las bendiciones del Señor sobre la humanidad sufriente.
En la oración, hablamos a Dios de la humanidad pues, al igual que nuestro Padre Sto Domingo, llevamos las miserias de todos los hombres en el santuario íntimo de nuestra compasión. A Dios no solamente le hablamos, sino que además- y esto es aún más importante -ponemos nuestro mayor empeño en escuchar lo que Él quiera decirnos. Por ello, la Palabra de Dios tiene un lugar central en nuestras vidas, ya que hemos sido llamadas por Dios Padre para permanecer a los pies de Jesús, a ejemplo de María de Betania, escuchando sus palabras. Desde el corazón de una Orden que tiene como divisa la Verdad, la Verdad Encarnada, revelada, que es Jesucristo, nuestras Constituciones nos invitan a escrutar la Escritura con corazón ardiente y a aplicarnos al estudio de la misma.
Un estudio sapiencial (sabroso) que tiene como fin la caridad: el que ama, desea conocer más al Amado y, a su vez, el conocimiento de Dios que deslumbra, enciende aún más en el fuego de la caridad ya existente. En la espiritualidad dominicana no podemos separar lo afectivo de lo intelectual: ambas dimensiones van unidas y se reclaman. Por la gracia del estudio nuestra naturaleza es sanada, perfeccionada y elevada. Este estudio que es contemplación de la Verdad se dilata en una búsqueda amorosa de Dios durante toda nuestra vida. Todos los días dedicamos un tiempo especial, no inferior a una hora, para el mismo. Es el estudio un camino de ascesis mental, pero también un camino privilegiado para alcanzar dones de iluminación en la inteligencia que, ayudada por la gracia de Dios, mueve a la voluntad haciéndola ascender y profundizar en los misterios de Dios continuamente.
Otro aspecto muy importante de nuestra vida y a la que santo Domingo nuestro Padre le dedicaba gran parte de la jornada es la liturgia, que es expresión comunitaria y celebrativa de la fe que profesamos y de la que vivimos cada día. La liturgia es para nosotras, monjas de la Orden de Predicadores, fuente de alimento espiritual, por la que reavivamos nuestra fe en los misterios celebrados. En la liturgia conmemoramos lo que amamos y nos alimentamos de lo que vivimos. Para ello, cultivamos la música y el canto, además de la bella ornamentación de las capillas y el coro, de modo que todo contribuya al culto solemne que Dios merece que le tributemos.
A fin de mantener el constante recuerdo de Dios a lo largo del día y de la noche, dentro de la jornada diaria, dedicamos un tiempo suficientemente importante a la oración privada o individual.
La Palabra de Dios escuchada, estudiada, meditada, orada y contemplada, en la lectio divina, la expresamos celebrándola solemnemente mediante la liturgia, cuyo centro y culmen es la Eucaristía. La Eucaristía es el don más grande que Jesucristo nos dejó antes de dar su vida por nosotros, es Él mismo viviendo en su Iglesia.
La vida común es uno de los elementos más perfeccionadores de nuestro carisma porque nos ejercita en virtudes muy importantes, a saber: comprensión, aceptación, diálogo, servicio, docilidad, el saber compartir y trabajar en grupo, etc. Estas virtudes favorecen la pacificación del alma, disponiéndola a la contemplación. Una monja dominica bien lograda es una experta en humanidad, una mujer muy humana y muy de Dios, que vive en una familia religiosa en seguimiento de Jesucristo. Esta comunión, reflejo de la unidad que se da en el seno de la Santísima Trinidad, hace crecer la caridad desde el corazón de la Iglesia y así, con misteriosa fecundidad, contribuimos a la extensión del Pueblo de Dios.
Otro elemento importante de nuestro carisma es la devoción a la Virgen María. Para santo Domingo más que una devoción, fue una gracia, un don que el Cielo le reservó en cuanto fundador de una Orden, para mejor cumplir su misión. Ella, María es la fundadora y la patrona de nuestra Orden, que jugó un papel fundamental en el desarrollo y difusión del Santo Rosario. El Rosario es el Evangelio compendiado, la oración predilecta de la Virgen, que las monjas rezamos en comunidad todos los días. Veneramos en la Orden a María Santísima como Sede de la Sabiduría, porque nadie como ella ha sabido penetrar los misterios divinos por gracia especial del Espíritu Santo y por el espíritu contemplativo del que estaba llena; por eso es modelo y maestra de las contemplativas, ya que necesitamos del don de la sabiduría para realizar nuestra vocación de monjas orantes dominicas. En nuestra fórmula de profesión le prometemos también obediencia a María Santísima. Durante toda la jornada hacemos presente la mirada materna de María sobre nuestra comunidad, así como también en las fiestas y tiempos litúrgicos dedicados a nuestra Madre.
Otra de las notas características de nuestra Orden es el espíritu eclesial: santo Domingo, como hombre de Iglesia, amaba al Cuerpo Místico de Cristo, y fue muy obediente al Papa y a todos los obispos. A sus hijos e hijas, Sto Domingo nos recomendó muy especialmente este amor a la Iglesia. En efecto, en nuestra Orden existió, desde sus comienzos, un profundo espíritu de comunión y de obediencia al Magisterio de la Iglesia, procurando hacer propias las preocupaciones de la Esposa de Cristo, como parte integrante que somos de ella.
Siguiendo la tradición monástica de occidente, los monasterios organizaban su vida en torno a la oración y al trabajo manual, fuente de equilibrio, de realización humana y de sustento. Por ello se efectúan trabajos que permitan rezar, que no estorben la unión con Dios y la oración, que ha de ser continua durante todo el día. En general las tareas que se efectúan son artesanales y artísticas, también intelectuales, según las necesidades de las comunidades y las posibilidades económicas de los lugares en que las mismas están inmersas.
El silencio, el recogimiento, la vida fraterna en comunidad, el espíritu de penitencia y la austeridad, nos ayudan como buenos instrumentos para vivir agradando a Dios y para interceder eficazmente por los que luchan, sufren, aman, trabajan, esperan la consecución de un mundo mejor.
Nuestra vida es eminentemente apostólica, evangelizadora. Sin la oración que comunica fuerza, esperanza, alegría, los mejores esfuerzos de los hombres y mujeres de buena voluntad languidecerían.

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