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JESÚS ¿QUÉ ME PEDÍS HOY?

HISTORIA DE UNA LLAMADA


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             Todo de su Amor es don y gracia

            Soy monja contemplativa de la Orden de Predicadores (Dominicos) y entré al monasterio a los 30 años, después de recibirme de bioquímica y de haber trabajado un tiempo. Hice mis primeros votos religiosos en el año 2007 y mi profesión solemne el 8 de diciembre de 2011.
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Si bien se que el Señor había pensado desde toda la eternidad que yo viniera aquí, al monasterio, para mí, sin embargo, no fue fácil darme cuenta de su llamado…de mi vocación.
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Yo recibí la fe en mi familia pero, si bien ellos eran “un poco” practicantes, yo lo vivía todo como algo bastante “ritual”. En mi infancia y primera adolescencia participé de la vida de la parroquia, pero la verdad es que nunca me encontré con el Señor. Sabía que no ir a Misa era pecado, eso era lo que me habían enseñado en el catecismo, pero en todo ese tiempo no conocí personalmente a Jesús. Ahora, a la distancia, tengo que reconocer que  Él no era “Alguien” para mí.
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Cuando empecé la secundaria comencé a alejarme de todo lo de la parroquia, tuve nuevos amigos y ellos no tenían nada que ver con la iglesia y después fue igual en la universidad. Nunca dejé de ir a Misa y por ahí rezaba algo. Sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal…pero no conocía a Jesús.
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A finales del año 1999 terminó una etapa importante en mi vida y no pude rendir una de las tres materias que me faltaban para recibirme de bioquímica (ya era farmacéutica)…todo mal y me “auto-impuse” la “penitencia” de ir todos los días a Misa durante una semana por no haber rendido (yo nunca había hecho eso). Para este tiempo, y más o menos desde los 15 años, yo ya iba a la Basílica Nuestra Señora del Rosario y Convento Santo Domingo. Uno de los días de esa semana me confesé y el fraile me preguntó si había pensado en la vida religiosa, yo me reí y le dije “monja yo, usted no me conoce” pero el padre me dijo que no lo descartara y salí del confesionario muerta de risa porque me parecía la locura más grande del mundo. Yo estaba con “mal de amores” y tenía que recibirme y el fraile me venía con esta nueva historia… pero desde allí esto no se detuvo.
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Empecé a hablar con el padre con quien me había confesado y él me pidió que hiciera la consagración a la Virgen, de San Luis María Grignon de Montfort; la hice el 25 de marzo de 2000 y desde allí toda mi vida cambió (María ha sido la que tomó a su cargo mi vocación y toda mi vida) yo que a mis 27 años había conocido a mi Señor “sólo de oídas”, un día “lo vieron mis ojos , no los ojos de la carne pero no fue de forma menos real; allí estaba Él, delante de mí, con su manto rojo, todo llagado y cubierto de sangre y con su corona de espinas y sin mover los labios siquiera me decía “Hasta cuándo voy a tener que esperarte”, pero aquello no fue un reproche sino que finalmente “vi” su Amor por mí, vi todo lo que me había esperado y buscado mientras anduve extraviada y lejos de Él y Él sanó mi corazón de muchas cosas y de a poco empecé a ver claro que me llamaba a la vida religiosa, aunque me resistía totalmente a creer que fuera “clausura” y di muchas vueltas y muchos coces contra el aguijón.
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No pensaba, en realidad, en los muchos años de estudio para llegar a recibirme y luego cambiar el rumbo y no ejercer nunca mi profesión, (que por otro lado me encantaba y me sigue gustando aún todo lo que estudié), sino que no podía concebir la idea de irme para siempre de mi casa, de dejar a mi familia, siendo que eran ellos lo único verdaderamente valioso en mi vida.Santa Teresa dice que el día que dejó a su padre para irse al convento, el dolor que sintió fue como si se le rompieran todos los huesos y sólo Dios sabe lo que significó para mí esta lucha, entre mis afectos y este llamado tan apremiante y tan dulce de Jesús que me había mostrado su Rostro de Amor y me había dicho “Sígueme”.
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Al mismo tiempo empecé a experimentar el dolor que vivía tanta gente, especialmente en los hospitales donde tuve que trabajar y lo único que deseaba era consolar tanto dolor y lo vivía con una impotencia muy grande, era tanto!...eran tantos! ¿Qué podía hacer yo? Entonces cada día iba a la Iglesia y delante del Sagrario le presentaba a Jesús a todos mis enfermos, a todos mis pobres, para que fuera Él quien los consolara ya que yo no podía ir detrás de cada uno.
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Después de un tiempo muy difícil y doloroso y a pesar de “querer escapar” de este llamado, por fortuna Él ganó y ahora vivo mi vocación como el don más inmenso que mi Dios pudo darme con la vida y la fe, lo vivo con la certeza de que “Todo es Gracia”.
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Este don absolutamente inmerecido es al mismo tiempo lo que me lleva a querer ser yo misma, mi misma vida, un don para Dios, ya que “he visto” que Él me ha amado infinitamente y eso me hace capaz de poder yo también amar. Este deseo de donación lo vivo en la perspectiva de San Pablo, con ese anhelo, de “ya no ser yo, sino Cristo quien viva en mi” porque mi donación a Dios se hace explícita en ser don para los hermanos y lo que quiero darles es a Jesús; todo esto en el misterio de una vocación en la que todo ocurre “allí, en lo secreto”, donde sólo lo ve mi Padre del cielo y así, en lo secreto, llevo a cabo mi misión de monja predicadora “sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz”; aquí vivo mi vida “escondida con Cristo en Dios” y puedo unir cada día mi pequeña cruz a la Cruz de mi Esposo que “habiendo amado a los suyos, los amó HASTA EL EXTREMO” porque “NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE DAR LA VIDA POR LOS QUE SE AMA”. Y es por esto que mi vida de monja se hace fecunda mucho más allá de lo que yo puedo dimensionar.
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Sin duda que ha sido el sacrificio más grande de mi vida salir de mi casa y estar físicamente ausente (porque jamás lo estoy en realidad) en momentos importantes de mi familia, pero el corazón de una monja no renuncia a esas cosas y nada más; la renuncia está, pero no es lo más importante de esta vida, porque cada renuncia, cada huequito que se hace en el corazón, es para que Jesús se meta más allí y ensanche ese corazón para amar a muchos más, sobre todo a esos que se sienten menos amados, a los que experimentan el dolor o el sufrimiento de cualquier tipo, ¡ellos son mis hijos! Y SE Y VIVO SEGURA, de que el Señor me los da para que vele por cada uno de esos hijos suyos que Él me encomienda y cuanto más libre sea mi corazón, mayor será el Amor con el que pueda entregarme por ellos.Sí, es mucho a lo que renuncié para ser monja, y esa renuncia debe renovarse en diferentes momentos, a veces con cosas más pequeñitas y otras veces con cosas grandes y dolorosas, pero nada de eso es estéril, porque cada renuncia se vive desde ese“DAR LA VIDA POR AMOR”, a Dios que me amó primero y me lo ha dado todo y también por amor a esos, “mis hijos”.
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Otro aspecto es que mi vocación la vivo como participación de la Belleza de Dios. Mi Esposo, Jesús, es “el más Bello de los hombres” y esta Belleza me inhabita y me rodea y hace bello todo en mi vida, aún cuando no deja de estar presente la cruz.Vivo mi vocación con un gozo y una libertad que no me es posible describir, saber que le pertenezco y que vivo en su presencia, que mi vida toda sea una ofrenda para alabanza de su gloria constituye mi gozo de cada día y anticipa lo que será finalmente cuando por su misericordia espero cantar eternamente sus alabanzas.
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Es hermoso haber descubierto que no he perdido nada de lo que dejé, de mis afectos más legítimos, sino que en Dios lo he encontrado todo inmensamente más verdadero y hermoso y se que no hay nada de lo pueda ser causa de dolor en mi vida que no redunde en bien de muchos y especialmente de los que más amo.Sólo puedo agregar que Jesús me ha hecho feliz, que Él ha colmado todos los deseos de mi corazón y que en Él lo encontré todo y lo tengo todo. El es la única razón de mi vida y el que le da sentido a todo.

                                       Sor Laura,OP



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2 comentarios:

  1. Leí su historia y realmente me conmovió hasta las lagrimas! Un abrazo

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  2. Hermoso testimonio de Sor Laura...cuando a otras chicas y a mi(en una lectio o encuetro) nos conto su historia terminamos todas llorando y emocionadas.
    Hoy al leerlo nuevamente me dio mucha alegría por el Don de su vocación
    Abrazo a todas las monjas. Con cariño Dani

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